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394 PANORAMAS DE LA VIDA

cubierto el rostro con los velos de sus sombrerillos de paja blanca; llevando en una mano el quitasol y regazando con la otra las faldas de sus elegantes trajes de bretaña plomo, atravesaban el jardin de la quinta, y se dirijian á la verja. Delante de ella aguardaba un carruaje, y al lado del estribo un apuesto mancebo.

—AI fin '—exclamó, viéndolas llegar.

—Te impacientabas, querido Cristian ?—dijo con acento cariñoso una de ellas.

—No yo, bella prima, sino el tren, que ha tocado ya prevencion.

—¿ En verdad ?

—Vas á ver que apenas tendremos tiempo de llegar.

Pablo, á la estacion del ferro-carril del sur.

El coche partió conduciendo á los cuatro viajeros á todo el correr de los caballos.

En efecto, el convoy iba ádar su último aviso, cuando las tres jóvenes y su compañero se apeaban en la estacion.

Al mismo tiempo, de un coche que estaba allí, hacia largo espacio, al parecer en acecho, salió presuroso un hombre, y se deslizó en el tumultuoso embarque de numerosos pasajeros que iban á Chascomús, atraidos por una fiesta.

— ¡Tú aquí, Enrique! — exclamó un jóven al