307 de mi vida, con sus miradas; con sus palabras ; con su silencio mismo, cargado de reproches y amenazas.
—Tuya es la culpa, prima mia. ¿Porqué me niegas el derecho de alejar de tí á ese hombre?
—Un duelo! jamás! Tengo horror á esas sangrientas convenciones sociales, restos de la
barbarie, que deben desaparecer de nuestras costumbres.
—Sin embargo, la civilizacion las guarda siempre como recurso y custodia del honor.
¿Creés tú que no ofende al mio la estraña asiduidad de Enrique Ocampo? Piensas que no me debe cuenta de ella como el mas cercano de tus parientes jóvenes ?
La espresion provocativa con que Cristian miró á Enrique al hablar así, revelaba la presencia de un sentimiento mas profundo que el de un simple parentesco.
Ocampo respondió á esa mirada con una amarga sonrisa.
Feliza la vió y tuvo miedo de la aproximacion de aquellos dos hombres de impetuoso carácter, de los cuales, conocia el amor del uno, y presentía el del otro.
—Paz! paz! querido Cristian—Murmuró, poniendo su mano en la del joven—Los hombres no gustan