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goces! Todos desaparecieron para Feliza á la presencia de aquel incansable perseguidor.

Desalentada, y el espíritu abatido, dejó la danza y fué á sentarse al lado de Cristian.

No podia confiarle la inquietud que la apenaba; pero acogíase á su adhesion, nunca desmentida, mirándola instintivamente como su único refugio.

Hostigada por ese interminable seguimiento que habia llegado á inspirarla una suerte de terror, Feliza pensó en la fuga, recurso inmediato; y recordando que poseía una hermosa estancia en el confin sudoeste de la provincia, con treinta leguas de tierra para interponer entre ella y Enrique Ocampo :

—Vamos á Juancho !—dijo á los suyos.

Ellos, que tan contenta la vieran en las amenas márgenes del Salado, juzgaron un capricho aquella súbita resolucion.

Al siguiente dia, dos carruajes que para mayor celeridad llevaban una reserva de ochenta caballos, partieron camino de Juancho, llevando á Feliza y sus compañeros.