402 PANORAMAS DE LA VIDA
—Yo deploro, señora—continuó el jefe—deploro profundamente la necesidad que me obliga á usar de descortesía y aun de rigor con séres por quienes mi respeto es un verdadero culto.
—Cobardes!—exclamaron á la vez Peralta y su jóven compañero, haciendo esfuerzos para romper sus ligaduras.
—Una mordaza á esos hombres—dijo el gefe volviéndose á los suyos—Y en cuanto á las señoras, ruégolas que nos sigan sin intentar resistencia.
—Dios mio! ¿y mi madre?—gritó Aurelia, arrojándose del caballo y corriendo á colocarse delante de la enferma.
El gefe se conmovió á pesar suyo. Echó pié á tierra y se acercó á la jóven.
Entonces por primera vez ambos se miraron.
Dios solo conoce el misterio de esas simpatías repentinas, atraccion invencible que arrebata el alma en un acento, en una mirada, y obligó á la jóven y al desconocido á llevar la mano al corazon para interrogarlo.
—Comandante Castro, gritó uno de aquellos hombres—un desfile en la altural—y señaló el barranco que se alzaba á pico sobre el cauce del torrente.
En efecto, al borde del precipicio desfilaba un destacamento equipado de armas mixtasque brillaban