404 PANORAMAS DE LA VIDA
magestuoso, terrible, que mirando en torno con ojos centellantes, se arrojó al centro del grupo, erizado de espadas desnudas, que lo amenazaban, procurando llegar al sitio donde se hallaban las prisioneras.
Castro le salió al encuentro—Nadie ose tocar ú ese hombre—dijo volviéndose á sus compañeros— es mio.
—Ah! cres tú el jefe de esos raptores?—interrogó el uno.
—¡ Ah! eres tú el jefe de esos bandoleros?—repuso el otro; y las espadas se cruzaron.
Aurelia se arrojó entre ellos y los separó.
—Qué vais á hacer! exclamó —Mataros? Qué locura! La muerte de Aguilar, señor, continuó volviendo hácia Castro su dulce mirada—seria la sentencia de aquellos que viene V. á salvar. En cuanto á la del jefe de la fuerza que nos tiene en su poder, no te diré que seria inmediatamente seguida de la tuya, Aguilar: tú no temes la muerte, pero ¿querriais dejarme sola en este mundo donde nos espera la dicha en ese nido de flores que tú sabes?
Aguilar, subyugado por esas seductoras imágenes bajó su espada, ¡y dijo con un acento tierno que contrastaba con su belicoso porte: