76 PANORAMAS DE LA VIDA
huerto en cuyo centro una graciosa casita de madera pintada al temple, blanqueaba entre el ramage.
Enrique ató su caballo al tronco de un sauce, salvó la reja y atravesando el huerto, se dirijió á la casa.
Los perfumes embriagantes de las rosas, de los jazmines y azahares saturaban el aire llevando á su corazon, en ondas del dolor, el recuerdo de una dicha desvanecida.
Enrique dió vuelta en torno de la casa. Una puerta—ventana de esas que dan salida álos jardines en las villas italianas, estaba abierta é iluminada. Enrique se detuvo ante ella. Una mujer vestida de blanco, los codos apoyados en una mesa y el rostro oculto entre las manos estaba inmóvil y silenciosa. Delante de ella veíanse los fragmentos de un retrato.
Al ruido que la arena hizo bajo el pié de Enrique, un rostro bello aunque en estremo pálido se volvió hácia él.
—i¡Maria!—iba esclamar Enrique; pero una fria mirada cambió aquella apasionada invocación en una frase ceremoniosa.
—Suplico á V. señora—la dijo—que me perdone si, aunque con profundo disgusto, regreso á su casa. Mañana emprendo un largo viaje; y antes de partir me es necesario devolverá V. objetos que no pueden confiarse á nadie.—