esas doradas nubes que velan el horizonte: tras de ellas está la Francia. En su amada ribera, bajo la calurosa region del Mediodia se asienta una ciudad de blancas cúpulas y de aspecto oriental—Marsella.
Allí, rodeada de vergeles, á la sombra de dos palmeras, una misteriosa casita está diciendo á los recien casados: Habitadme!
Y estrechó en un solo abrazo á los dos amantes!
—Entre tanto—añadió con entusiasmo—la cubierta del « Alcion » es ya el suelo de la patria. ¡Viva la Francia! Abrazadme, hijos mios! Y tú, Demetrio, mi valiente piloto, deja por un momento ese aire sombrío, y dá la mano á mi hija. ¿Por que huyes de ella? Se diria que la aborreces. Siempre te ví así, esquivo y huraño en su presencia.
El estraño personaje á quien el capitan se dirijía, se acercó á Elena, que sintió pesar sobre ella una mirada de fuego.
Y sentada sola en la cámara, mientras que Renato y su padre se ocupaban de la maniobra, pensaba todavía en la expresion, á la vez feroz y codiciosa, de aquella mirada; y por mas que rechazaba como pueril aquella preocupacion, un vago terror se apoderaba de su ánimo.
La noche habia cerrado, y el puente del « Alcion » estaba desierto. Dos hombres velaban solos: uno en el timon, otro en el castillo de proa; Profundo