materias vegetales en descomposición. Algunos colosos entre los acorazados de élitros asocian de buen grado su plácida corpulencia con alabardas de espantoso aspecto.
Ved, por ejemplo, el Dynastis Hércules, huésped de los troncos podridos bajo el ardiente clima de las Antillas. El pacífico gigante merece muy bien su nombre, pues tiene tres pulgadas de longitud. ¿Para qué puede servirle la amenazadora tizona del protórax y el cric dentado de la frente si no es para parecer hermoso ante la hembra, desprovista de semejantes extravagancias? Acaso también le sirve para ciertos trabajos, así como el tridente le sirve al Minotaurus para desmigajar las píldoras y acarrear los despojos. Una herramienta cuyo empleo no conocemos nos parece siempre cosa rara. Como nunca he tratado con el Hércules de las Antillas, me limito a sospechas en cuanto al papel de su terrible mecánica.
Pues bien; uno de los ejemplares de mis jaulas, si persistiese en sus tentativas, llegaría a tener semejante adorno de salvaje. Es el Onthophagus vacca. Su ninfa tiene en la frente un gran cuerno, uno solo, doblado hacia atrás; en el protórax tiene otro semejante inclinado hacia adelante. Los dos, acercando sus extremos, figuran unas pinzas. ¿Qué le falta al insecto para adquirir, en pequeño, el original adorno del escarabajo de las Antillas? Le falta la perseverancia. Madura el apéndice de la frente y deja perecer, anémico, el del protórax. El ensayo de un palo en el espinazo no le ha dado mejor resultado que al Onthophagus toro; le falta una ocasión magnífica de ponerse bello para las bodas y amenazador para la batalla.
Los otros no obtienen mejor éxito. Crío seis especies diferentes. En el estado de ninfa todas