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LA VIDA

poseen el cuerno torácico y la corona ventral de ocho radios; ninguna saca partido de estas ventajas, que desaparecen enteramente en cuanto el adulto rompe su túnica de ninfa. En su estrecha vecindad se cuenta una docena de especies de Onthophagus; en el mundo entero se conocen centenares. Todas, indígenas y exóticas, tienen idéntica estructura general; todas poseen muy probablemente en su juventud el apéndice dorsal, y, no obstante, a pesar de la variedad de clima, en un sitio tórrido y en otro moderado, ninguna ha conseguido endurecerlo en un cuerno estable.

¿No podría terminar el porvenir esa obra cuyo plan está tan claramente trazado? La pregunta surge tanto más espontánea cuanto que todas las apariencias la provocan. Sometamos al examen de la lente la cornamenta frontal del Onthophagus toro en el estado de ninfa, y después consideremos con idéntico escrúpulo el chuzo del protórax. Al principio no se observa diferencia alguna entre ellos, a no ser la configuración del conjunto. En una y otra parte se advierte el mismo aspecto vítreo, la misma vaina hinchada de humor hialino, el mismo proyecto de órgano claramente acusado. Una pata en formación no se anuncia mejor que el cuerno del protórax y los de la frente.

¿Es que le falta tiempo al brote torácico para organizarse en apéndice rígido y permanente? La evolución de la ninfa es rápida; en pocas semanas se tiene el insecto perfecto. Aunque esta breve duración bastase para la madurez de los cuernos de la frente, ¿no podría suceder que la madurez del cuerno torácico exigiese más? Prolonguemos artificiosamente el período ninfal; demos al germen el tiempo necesario para desarrollarse.

Me parece que un descenso de temperatura,