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DE LOS INSECTOS

hay, sin duda, alguna diferencia de sabor, diferencias nutritivas que tan bien saben apreciar las larvas; pero, además, otra razón poderosa debe dominar sobre todas estas consideraciones gastronómicas y motivar estas extrañas predilecciones.

Después de todo lo que ha sido dicho de admirable por L. Dufour respecto de la larga y maravillosa conservación de los insectos destinados a las larvas carnívoras, es casi inútil añadir que los gorgojos, así los que exhumaba como los que cogía de las patas de los raptores, aunque privados de movimiento para siempre, estaban todos en perfecto estado de conservación. Frescura de colores, flexibilidad de miembros y de las menores articulaciones, estado normal de las vísceras, todo contribuía a hacer dudar que aquel cuerpo inerte fuera un verdadero cadáver, tanto más cuanto que la lente no advierte ni la menor lesión, sin querer uno esperar ver moverse el insecto y emprender la marcha de un momento a otro. Hay más: durante los calores, que en pocas horas hubieran desecado y hecho quebradizos a insectos muertos de muerte ordinaria, y en tiempos húmedos, que los hubieran corrompido y enmohecido rápidamente, he conservado, sin precaución alguna y durante más de un mes, los mismos individuos en tubos de vidrio o en cucuruchos de papel; y, cosa inaudita, después de este enorme lapso de tiempo, las vísceras no habían perdido nada de su frescura y la disección fué tan fácil como si se hubiera operado en un animal vivo. No; en presencia de tales hechos, no puede invocarse la acción de un antiséptico ni creer en una muerte real; la vida está aún allí, vida latente y pasiva, vida vegetativa. Ella sola puede preservar al organismo de la descomposición, lu-

La vida de los insectos.
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