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LA VIDA

chando todavía algún tiempo con ventaja contra la invasión destructora de las fuerzas químicas. La vida está aún allí, menos el movimiento; y a la vista se tiene una maravilla, como podrían producirla el cloroformo y el éter, una maravilla que reconoce por causas las misteriosas leyes del sistema nervioso.

Las funciones de esta vida vegetativa están amortiguadas, perturbadas sin duda, pero no dejan de ejercerse sordamente. Me lo muestra la defecación que en los gorgojos se opera normalmente y por intervalos durante la primera semana de este profundo sueño, de que no ha de despertar, y que, sin embargo, no es aún la muerte. La defecación no se detiene hasta el momento en que el intestino ya no encierra nada, como lo comprueba la autopsia. Mas no se limitan a esto los débiles resplandores de vida que el animal manifiesta todavía, y aunque la irritabilidad parezca anonadada para siempre, he podido despertar en ella algunos vestigios. Habiendo puesto en un frasco que contenía serrín humedecido con algunas gotas de bencina unos cuantos gorgojos recientemente exhumados y sumergidos en absoluta inmovilidad, me sorprendió no poco verles mover las antenas y las patas al cabo de un cuarto de hora. Durante un instante creí poder volverlos a la vida. ¡Vana esperanza! Estos movimientos, últimos vestigios de una irritabilidad que iba a extinguirse, no tardaron en detenerse, pudieron ser excitados por segunda vez. Repetí este experimento desde algunas horas hasta tres o cuatro días después del asesinato, y siempre con el mismo resultado. No obstante, el movimiento es tanto más lento cuanto más vieja es la víctima. Este movimiento se propaga siempre de