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LA VIDA

tierra, escapaban a mis miradas y me parecía que siempre habían de escaparse. ¿Cómo esperar, en efecto, que un animal cuyo arte se ejerce en la obscuridad de un montón de mantillo se decidiera a trabajar en plena luz? No contaba con ello. Sin embargo, para descargo de mi conciencia, traté de poner la Scolia en relación con su presa bajo una campana. Me equivoqué, porque el resultado fué enteramente contrario a mis esperanzas. Ningún depredador mostró tal ardor en el ataque en condiciones artificiales. Todas las Scolias experimentadas, unas más pronto, otras más tarde, recompensaron mi paciencia. Veamos cómo opera a su larva de Cetonia la Scolia bifasciata.

La larva encarcelada trata de huir de su terrible vecina. Tendida de espaldas, según su costumbre, camina ásperamente y da varias veces la vuelta por el circo de vidrio. Pronto excita la atención de la Scolia, manifestada por continuos tanteos con las puntas de las antenas contra la mesa, que ahora representa el suelo habitual. El himenóptero corre hacia la caza, y asalta la monstruosa pieza por el extremo posterior. Sube sobre la Cetonia ayudándose de la extremidad abdominal como punto de apoyo. La asaltada camina más de prisa sobre el dorso, sin enrollarse, en postura de defensa. La Scolia alcanza la parte anterior, con caídas, acidentes muy variables según el grado de tolerancia de la larva, cabalgadura provisional. Con las mandíbulas muerde un punto del tórax en la cara superior; se pone de través con respecto a la larva, se dobla en arco y se esfuerza por alcanzar con la punta del vientre la región en que debe hundir el dardo. El arco es un poco corto para abrazar casi por entero el circuito de la corpulenta víctima, y por eso se re-