piten largamente los ensayos y los esfuerzos. La extremidad del abdomen se extenúa en tentativas; se aplica aquí, luego allá, después en otra parte, y en ninguna se detiene todavía. Esta busca tenaz demuestra por sí sola la importancia que el paralizador atribuye al punto en que su bisturí debe penetrar.
Entre tanto, la larva sigue caminando sobre el dorso. Bruscamente se arquea, y de una cabezada proyecta a distancia al enemigo. Pero el himenóptero, que no se desalienta por tales fracasos, se levanta, se cepilla las alas y vuelve al asalto del coloso, casi siempre trepando sobre la larva por el extremo posterior. Por fin, después de tantos ensayos infructuosos, consigue la Scolia alcanzar el sitio conveniente. Se coloca a través de la larva, las mandíbulas tienen agarrado un punto del tórax en la cara dorsal, el cuerpo, encorvado en arco, pasa por debajo de la larva y alcanza con la punta del abdomen las proximidades del cuello. La Cetonia, puesta en grave peligro, se returce, se enrosca, se desenrosca, gira sobre sí misma. La Scolia le deja hacer. Teniendo bien enlazada la víctima, gira con ella, se deja arrastrar, por arriba, por debajo y de lado a compás de las contorsiones. Es tal su encarnizamiento que puedo levantar la campana y seguir al descubierto los detalles del drama.
A despecho del tumulto, la punta del vientre de la Scolia siente que ha encontrado el punto conveniente. Entonces, y solamente entonces, desenvaina el dardo y lo hunde. Se acabó. La larva, antes tan activa y turgente, queda bruscamente inerte y flácida. Está paralizada. Se acabaron los movimientos, salvo en las antenas y las piezas bucales, que durante algún tiempo toda-