trata de deslizar uno de sus extremos en otro anillo también vivo y hendido, de igual obstinación en mantenerse cerrado. La Scolia sujeta la pieza con las patas y las mandíbulas; prueba por un costado, después por el otro, sin conseguir desenrollar el toro, que se contrae más a medida que se siente más en peligro. Las circunstancias actuales hacen difícil la operación; la víctima se escurre y rueda por la mesa cuando el insecto la maneja con demasiada viveza; faltan los puntos de apoyo, y el dardo no puede alcanzar el punto deseado; más de una hora prosiguen los vanos ensayos, entrecortados por descansos, durante los cuales los dos adversarios figuran dos anillos estrechamente enlazados uno en otro.
¿Qué necesitaría la robusta larva de la Cetonia para desafiar a la Scolia de dos bandas, mucho menos vigorosa que ella? Imitar a la de la Anoxia y conservar el enrollamiento del erizo hasta la retirada del enemigo. Pero quiere huir, se desenrolla y eso la pierde. La otra no se mueve de su postura defensiva y resiste con éxito. ¿Es, por ventura, prudencia adquirida? No, sino imposibilidad de hacer otra cosa en la superficie lisa de una mesa. Pesada, obesa, débil de patas, encorvada en forma de gancho a la manera del vulgar gusano blanco, la larva de la Anoxia no puede moverse en una superficie lisa, y se agita penosamente, tendida de lado. Necesita suelo blando, donde sirviéndose de las mandíbulas como reja de arado, abre un surco y se hunde.
Veamos si la arena abrevia la lucha, cuyo fin no entreveo después de más de una hora de espera. Espolvoreo ligeramente el circo. El ataque se reanuda a más y mejor. La larva que siente la arena, su morada habitual, quiere ocultarse tam-