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DE LOS INSECTOS

bién. ¡Imprudente! Ya decía yo que su obstinado toro no era prudencia adquirida, sino necesidad del momento. La dura experiencia de los infortunios pasados no le han enseñado todavía qué preciosa ventaja sacaría de su voluta mantenida cerrada en tanto haya peligro. Además, no todas son tan precavidas en el apoyo resistente de mi mesa. Las mayores hasta parecen ignorar lo que también sabían en la juventud, el arte defensivo por enrollamiento.

Prosigo mi relato con una víctima de hermosa talla, menos expuesta a resbalones bajo los empujes de la Scolia. La larva, al verse asaltada, no se enrolla, no se contrae en anillo, como lo hacía la precedente, joven, y la mitad menor. Se agita torpemente, tendida de costado, medio abierta. Por toda defensa. se limita a contorsiones y abrir y cerrar alternativamente sus grandes garfios mandibulares. La Scolia la agarra al azar, la enlaza entre las patas rudamente, hirsutas, y cerca de un cuarto de hora se ejercita en el rico mechado. Por fin, después de peleas poco tumultuosas, adquirida la posición favorable y llegado el instante propicio, implanta el aguijón en el tórax de la larva, en un punto central, bajo el cuello, al nivel de las patas anteriores. El efecto es instantáneo: inercia total, salvo en los apéndices de la cabeza, antenas y piezas bucales. Idénticos resultados, idéntica picadura en un punto preciso, invariable, con mis diversos operadores, renovados de vez en cuando por alguna feliz redada.

Digamos, para terminar, que el ataque de la Colpa es mucho menos ardiente que el de la Scolia de dos bandas. El himenóptero, rudo cavador de arena, es de pesado andar, de movimientos

La vida de los insectos.
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