y comunicando con el exterior por un corto gollete, lo suficiente para el paso de la píldora. Almacenados los víveres, el escarabajo se encierra en su casa, tapando la entrada con escombros que tiene en reserva en un rincón. Cerrada la puerta, nada denuncia por fuera la existencia de la sala del festín. Y ahora, ¡viva la alegría! La mesa está suntuosamente servida; el techo tamiza los ardores del sol, y solamente deja penetrar un calor suave y tibio; el recogimiento, la obscuridad, el concierto exterior de los grillos, todo favorece las funciones del vientre. Ilusionado por ello, alguna vez he acercado instintivamente el oído a la puerta, esperando oír el famoso trozo de la ópera de Galatea: «¡Qué dulce es no hacer nada cuando todo se agita alrededor de nosotros!»
¿Quién se atrevería a turbar las beatitudes de semejante banquete? Pero el deseo de aprender es capaz de todo; y aquella audacia la tuve yo. He aquí el resultado de mis violaciones de domicilio. La píldora sola llena casi toda la sala; tan suntuosa vitualla se levanta desde el suelo hasta el techo. Una estrecha galería la separa de las paredes. Allí están los convidados, a lo más dos, uno solo casi siempre, con el vientre en la mesa y la espalda en la pared. Escogido el lugar, ya no se mueve de allí; todas las potencias vitales están absorbidas por las facultades digestivas. Ni el menor movimiento, que haría perder algún bocado; ni ensayos desdeñosos, que harían desperdiciar víveres. Allí todo se realiza con orden y religiosamente. Al verlos tan recogidos alrededor de la basura, creeríase que tienen conciencia de su oficio de saneadores de la tierra, y que con conocimiento de causa se entregan a esa maravillosa química que de la inmundicia hace la