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DE LOS INSECTOS

gastronómicas de mis reclusos, vigilo, reloj en mano, a un consumidor al aire libre, desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Parece ser que el escarabajo ha encontrado un pedazo muy de su gusto, pues durante aquellas doce horas no dejó ni un instante su francachela, siempre agarrado al pedazo, inmóvil, en el mismo punto. A las ocho de la noche lo visité por última vez. El apetito no había disminuido. El glotón manifestaba estar en tan buena disposición como si empezase en aquel momento. El festín debió de durar algún tiempo más, hasta la total desaparición del pedazo. En efecto; al día siguiente no estaba allí el escarabajo, y de la opulenta pieza atacada el día anterior no quedaban mas que migajas.

Medio día o más para una sesión de mesa es admirable glotonería; pero aun es mucho más admirable la celeridad de digestión. Mientras en la parte delantera del insecto se masca y se engulle continuamente la materia, en la parte de atrás reaparece, también continuamente, despojada de sus partículas nutritivas e hilada en forma de cuerdecita negra, semejante al cabo de los zapateros. Es tal la prontitud de su trabajo digestivo, que el escarabajo solamente deyecta mientras come. Su hilera se pone a funcionar desde los primeros bocados, y no cesa hasta momentos después de los últimos. El fino cordón, sin rotura alguna desde el principio hasta el fin de la comida, y siempre suspendido del orificio evacuador, forma un montón fácilmente desarrollable mientras la desecación no lo ha endurecido.

Funciona con la regularidad de un cronómetro. Cada minuto, para ser más exacto digamos cada cincuenta y cuatro segundos, se produce una