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DE LOS INSECTOS

Este estuche opaco, puesto en su lugar, dará las tinieblas que reclama el escarabajo, y levantado bruscamente dará la luz que reclamo yo por mi parte.

Dispuestas así las cosas, me pongo en busca de una madre recientemente retirada en su habitación natural con su píldora. Una mañana me basta para proveerme como deseo. Deposito la madre y su bola en la superficie de la capa superior de tierra; tapo el aparato con su estuche de cartón y espero. El insecto, tenaz en su obra mientras no ha depositado el huevo, cavará otra madriguera, arrastrando a ella la píldora; atravesará la capa superior de tierra, de espesor insuficiente; encontrará la tablita de abeto, obstáculo análogo a los guijarros que a veces le cierran el paso en sus excavaciones normales; explorará la causa de su detención, y en cuanto encuentre la escotadura, bajará por ella a la habitación del fondo, que, espaciosa y libre, será para él la cripta de donde acabo de extraerlo. Así dicen mis previsiones; pero todo esto exige tiempo y conviene esperar hasta el día siguiente para satisfacer mi curiosa impaciencia.

Llegó la hora; en marcha. La puerta del gabinete quedó abierta la víspera, porque el ruido de la cerradura hubiera perturbado y detenido a mi desconfiado obrero. Para mayor precaución, antes de entrar me puse silenciosas zapatillas. Levanto el cilindro de cartón. ¡Perfectamente! Mis previsiones eran justas.

El escarabajo ocupa el taller de cristales, y lo sorprendo en su obra, con la pata puesta en el boceto de pera. Pero, aturdido por la repentina claridad, se queda inmóvil, como petrificado. Esto dura algunos segundos. Después me vuelve