Medio transparente y de color amarillo de miel, parece tallada en un pedazo de ámbar. Supongámosla endurecida en este estado, mineralizada, hecha incorruptible, y sería espléndida joya de topacio.
En esta maravilla, noblemente sobria de forma y de coloración, un punto me cautiva, sobre todo, dándome, al fin, la solución de un problema de alto alcance. ¿Están, o no están, dotadas de un tarso las patas anteriores? He aquí el gran problema que me hace olvidar la joya por un pormenor de estructura. Volvamos, pues, sobre un asunto que me apasionaba al principio, puesto que al fin llega la respuesta, tardía, es verdad, pero cierta, indiscutible.
Por una excepción muy extraña, el escarabajo sagrado adulto y sus congéneres están privados de tarsos anteriores; en las patas delanteras les falta ese dedo de cinco artejos que es lo regular en los coleópteros de la serie más elevada, los pentámeros. En cambio, las otras patas siguen la ley común y poseen un tarso muy bien conformado. ¿Es original, o es accidental, la constitución de los brazos dentados?
A primera vista parece muy probable un accidente. El escarabajo es rudo minero y valiente peatón. Las patas anteriores, siempre en contacto con las asperezas del suelo, para la marcha y las excavaciones, y constantes palancas de apoyo, cuando el insecto hace rodar su bolita a reculones, están más expuestas que las otras a doblarse por un esguince su delicado dedo, desarticularlo y perderlo enteramente, aun desde los primeros trabajos.
Si tal explicación provoca la sonrisa de alguno, me apresuro a desengañarlo. La ausencia de los