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LA VIDA

dedos anteriores no es efecto de un accidente. Ante mis ojos tengo la prueba, sin réplica posible. Examino con la lente las patas de la ninfa: las delanteras no tienen el menor vestigio de tarso; la pata dentada se trunca bruscamente, sin indicio alguno de apéndice terminal. Por el contrario, en las otras está el tarso claro y distinto, a pesar del estado deforme y nudoso que le dan los pañales y los humores de la ninfosis. Diríase que era un dedo hinchado por sabañones.

Si la afirmación de la ninfa no fuese suficiente vendría la del insecto perfecto, que, al despojarse de su camisa de momia y removerse por primera vez en su cáscara, agita brazos sin dedos. Queda, pues, establecido sobre bases la certidumbre que el escarabajo nace mutilado y que su mutilación es original.

Sea, responderá la teoría en boga; el escarabajo está mutilado de nacimiento, pero sus remotos antepasados no lo estaban. Conformados según la regla general, eran correctos de estructura aun en ese minúsculo detalle dígito. Hubo algunos que en su ruda tarea de excavadores y rodadores desgastaron ese órgano delicado, molesto e inútil y, encontrándose bien para el trabajo con esta amputación accidental, la dejaron en herencia a sus sucesores, para mayor ventaja de la raza. El insecto actual aprovecha esta mejora obtenida por una larga serie de antepasados, estabilizando de cada vez más, bajo el látigo de la competencia vital, un estado ventajoso, efecto del azar.

¡Oh cándida teoría, tan triunfante en los libros, tan estéril frentre a las realidades! Escúchame otro poco. Si la privación de los dedos anteriores es buena circunstancia para el escarabajo, que se transmite con toda fidelidad la pata fortuitamen-