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DE LOS INSECTOS

do la pastelera trabaja; además, la exposición a la luz detiene inmediatamente el trabajo.

Pero aunque falta la observación directa, al menos el aspecto de la materia habla claramente y nos enseña que el Onthophagus, émulo de la paloma en esto, pero con diferente método, vomita a sus hijos los primeros bocados. Otro tanto hay que decir de los demás peloteros, versados en el arte de construir una cámara de nacimiento en el seno de los víveres.

De otra parte, en toda la serie de los insectos, excepción hecha de los ápidos, preparadores de purés vomitados en forma de miel, no se encuentran ternuras semejantes. El explotador de la basura nos edifica con sus costumbres. Algunos se asocian en parejas y fundan un hogar; otros preludian la lactancia, soberana expresión de los cuidados maternales; su buche lo convierten en teta. La vida tiene sus caprichos. En la inmundicia es donde establece a los mejor dotados en cualidades familiares. Verdad es que de allí se eleva de un vuelo a las sublimidades de las aves.

En una semana próximamente sale el gusanillo, bicho muy extraño y paradójico. En la espalda tiene una giba enorme, como un pilón de azúcar, cuyo peso lo domina y le hace volcar en cuanto intenta sostenerse sobre las cuatro patas para andar. A cada instante vacila y cae bajo la carga de la giba.

Incapaz de sostener la giba a plomo, el gusano del Onthophagus se tiende de costado y lame alrededor de sí la natilla de la habitación. Por todas partes la encuentro: en el techo, en las paredes y en el suelo. Cuando ha desnudado completamente un punto, el consumidor se traslada un poco a favor de sus patas bien conformadas; vuelca otra