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LA VIDA

vez y vuelve a lamer. Puesto que la habitación es amplia y está abundantemente provista, el régimen de la compota dura algún tiempo.

Los gordos críos del Geotrupes, del Copris y del Scarabæus acaban en breve sesión la golosina que tapiza las paredes de su estrecha habitación, golosina sobriamente servida y justamente la necesaria para abrir el apetito y preparar el estómago para un alimento menos delicado; pero el gusanillo del Onthophagus enano, endeble, tiene para más de una semana. La espaciosa cámara natal, desproporcionada con respecto al tamaño de la cría, permite tal prodigalidad. Por último, se ceba en el verdadero pan. En cerca de un mes lo consume enteramente, menos la pared del saco.

Ahora se va a revelar el magnífico papel de la giba. Unos tubos de vidrio, preparados para estos acontecimientos, me permiten seguir en su trabajo a la larva, cada vez más gordita y más gibosa. La veo retirarse a un rincón de la celda convertida en casucha ruinosa, donde se construye un cofrecito que le sirve para la transformación. Por materiales tiene los residuos digestivos almacenados en la giba y convertidos en mortero. Con su inmundicia reservada en tal recipiente, el arquitecto estercoráceo se va a construir una obra maestra de elegancia.

Las sigo con la lente en sus maniobras. Formando un rizo, cierra el circuito del aparato digestivo, pone en contacto los dos polos, y con la punta de las mandíbulas coge una pelota de inmundicia eyaculada en aquel momento. La coge muy limpiamente, modelada y dosificada perfectamente; mediante suave flexión de la nuca, pone la bola en su lugar. A ésta siguen otras superpuestas en capas de minuciosa regularidad. Golpean-