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tado con paciencia al diablo eterno con tal de mantener su rango en Roma con tanto orgullo como un rey.
Que me estimáis, no puedo dudarlo. De lo que me incitaríais a realizar, algo vislumbro. Más adelante os comunicaré lo que pienso, así de este caso como de nuestra época. Por ahora no deseo hacerlo, y os suplico, por el afecto que os guardo, que no intentéis conmoverme más. Tomaré en consideración lo que me habéis dicho. Oiré atentamente lo que tengáis que decirme, y tiempo propicio habrá para medir y tratar de tan importantes asuntos. Hasta entonces, mi noble amigo, tened esto bien presente: Bruto preferiría ser un aldeano a titularse hijo de Roma en las duras condiciones que estos tiempos parecen imponernos.
¡Celebro que mis débiles palabras hayan hecho brotar de Bruto esas chispas de fuego!
Han dado fin los juegos, y César vuelve.
Cuando pase el cortejo, tirad a Casca de la