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DE SÓCRATES

pueblos y en circunstancias análogas, la refinada civilización de Atenas llegó a contrastar con una tan bochornosa corrupción en las costumbres, que no bastaban a compensar ni la celebrada sal ática, ni el artificioso ingenio y suave trato de los atenienses. Cuando la degradación corroe las entrañas de un pueblo, este pueblo pierde su virilidad y su energia, y atento al vano edén de los sentidos, huella con planta indiferente las flores inmarchitables de la virtud. Esto aconteció en la Grecia en la época que nos ocupa. Su depravación fué convertida en sistema por los sofistas, cuyas máximas corruptoras trascendieron no sólo a la vida privada y á la pública, sino hasta á la administración y gobierno del Estado. Pero estos falsos apóstoles de la ciencia, estos impios emponzoñadores del corazón de sus conciudadanos, fueron enérgicamente confundidos por Sócrates, su enemigo acérrimo, declarado, inexorable. Y no porque cupieran rencores en el ánimo del filósofo, sino a causa de su amoroso anhelo por el triunfo de la verdad y de la justicia. Captose Sócrates, por la sublimidad de sus máximas y con la austeridad de su ejemplo, las simpatías de la juventud de Atenas, a la que enardecía ense-