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DE LESBOS

sotos, en las verdes campiñas, tu dulce llama penetra los corazones, y anima á todas las ra zas en el deseo ardiente de perpetuarse... tú eres ¡oh Vénus! la única soberana de la Naturaleza, la creadora de cuanto existe, el manantial perenne de las gracias y de los placeres... tú sola puedes conceder á los mortales la dulce paz... hasta el sanguinario, armipotente Marte dobla en tu seno la cerviz enhiesta, y en tí fija la mirada insaciable, sin respirar, pendiente de tus labios...»

Afrodita no era por lo tanto la divinidad de las pasiones impuras, ni por este título era solo por el que la cantaban los dulces poetas de la antigüedad gentilica: en ella veían representada, como hemos dicho, esa fuerza de la Naturaleza poderosa é inagotable, que impulsa á amar á todos los seres, que anima y conserva la generación y por la cual se sienten subyugados «hasta los mismos dioses: » fuerza omnipotente que así engendra grandes y generosas pasiones como puede arrastrar en el exceso de la efervescencia á los crímenes más horrendos y á las acciones más impuras. La diosa de la hermosura era adorada con pasión en Lésbos, desde edades remotisimas, y á su culto se habían consagrado en el período