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DE MARRUECOS. 25

A esa voz de la pátria, á ese tañido de la campana, en cuyas últimas vibraciones venian envueltos todos los puros recuerdos de la infancia, todas las amorosas lecciones de una madre, sentiamos agitarse en el fondo del alma la melanco- lía que tiene todo Adios! sentíamos la necesidad de orar, y alzando los ojos al santuario de Nuestra Señora del Mar, que desde allí se contemplaba, saludamos con las palabras de Ga- briei á la Stella Maris, y rogamos á Dios por el feliz éxito de la empresa á cuyo servicio poníamos nuestras vidas.

Hermosa era aquella oracion, dicha por un misionero, sobre la cubierta de un buque que leva el ancla, y respondida por los que con el sable en la cintura se aprestaban á dejar su pá- tria, tal vez para siempre, yendo á arrostrar mil peligros en estraños climas.

¡Cuánta paz y cuan dulce serenidad infundió la oracion en nuestros ánimos! ¡Cuánto hizo brotar en ellos de aspiracio- nes sublimes, de propósitos entusiastas! Todos entrevian glo- rias adquiridas y peligros vencidos, estandartes de Castilla clavados en moruno adarve, cruces sobre medias lunas; y todos juraban morir mil veces antes que volver sin honra á aquellas costas que empezaban á borrarse entre las tinieblas de la noche. Es que cuando se quiere hacer algo que sea grande, es preciso esperarlo solo de Dios.

Fijamos por última vez nuestras miradas en las innume- rables luces que brillaban en Alicante y su babia, y al escla- mar como Byron: «¡Adios España, adios para mucho tiem- po!» cada uno en lo íntimo de su alma se despidió de todas las afecciones que dejaba en la madre pátriz, de todos los séres queridos que hasta entonces habian endulzado su exis- tencia, de todos los lugares en que había amado; concen- tró entonces todos sus cariños en su bandera sus pasiones