«En qué piensas», Antonio?, le preguntaba. «Papá, pienso en Anita.» El pobre me engañaba. Pensaba en él, en lo cruelmente que nos habíamos equivocado, creyéndonos por una temporada iguales a los demás, y cometiendo la insolencia de querer ser felices. El batacazo sufrido fué terrible; imposible levantarse. Antonio desapareció.
-¿Y nada ha sabido usted de su hijo? -dijo Yáñez, interesado por la lúgubre historia.
-Si, a los cuatro dias. Le pescaron frente a Barcelona; salió envuelto en redes, hinchado y descompuesto... Usted ya adivinará lo demás. La pobre vieja se fué poco a poco, como si los chicos tirasen de ella desde arriba; y yo, el malo, el empedernido, me he quedado aqui, solo, completamente solo, sin el recurso siquiera de beber, porque si me emborracho vienen ellos, ¿sabe usted?, ellos, mis perseguidores, a enloquecerme con el aleteo de sus ropas negras, como si fuesen enormes cuervos, y me pongo a morir... Y, sin embargo, no los odio. ¡Infelices! Casi lloro cuando los veo en el banquillo. Otros son los que me han hecho