y cualquiera nos encuentra en la obscuridad. Pero aún quedaba mucho día, y corriendo á lo largo de la costa era indudable que nos pillarían antes del anochecer.
El patrón manejaba la barra con el cuidado de quien tiene toda su fortuna pendiente de una mala virada. Una nubecilla blanca se desprendió del vapor y oímos el estampido de un cañonazo.
Como no vimos la bala, comenzamos á reir, satisfechos y hasta orgullosos de que nos avisasen tan ruidosamente.
Otro cañonazo, pero esta vez con malicia. Nos pareció que un gran pájaro pasaba silbando sobre la barca, y la antena se vino abajo con el cordaje roto y la vela desgarrada. Nos habían desarbolado, y al caer el aparejo le rompió una pierna á uno de la tripulación.
Confieso que temblamos un poco. Nos veíamos cogidos, y ¡qué demonio! ir á la cárcel como un ladrón por ganar el pan de la familia es algo más temible que una noche de tormenta. Pero el patrón de El Socarrao es hombre que vale tanto como su barca.