—Chicos, eso no es nada. Sacad la vela nueva. Si sois listos no nos cogerán.
No hablaba á sordos, y como listos no había más que pedirnos. El pobre compañero se revolvía como una lagartija, tendido en la proa, tentándose la pierna rota, lanzando alaridos y pidiendo por todos los santos un trago de agua: ¡para contemplaciones estaba el tiempo! Nosotros fingíamos no oirle, atentos únicamente á nuestra faena, separando el cordaje y atando á la antena la vela de repuesto, que izamos á los diez minutos.
El patrón cambió el rumbo. Era inútil resistir en el mar á aquel enemigo que andaba con humo y escupía balas. ¡Á tierra, y que fuese lo que Dios quisiera!
Estábamos frente á Torresalinas. Todos éramos de aquí y contábamos con los amigos. El cañonero, viéndonos con rumbo á tierra, no disparó más. Nos tenía cogidos, y seguro de su triunfo ya no extremaba la marcha. La gente que estaba en esta playa no tardó en vernos, y la noticia circuló por todo el pueblo. ¡El Socarrao venía perseguido por un cañonero!