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LA ENEIDA

teamos las riberas del Epiro; entramos en el puerto Chaonio y subimos á la alta ciudad de Butoto. Allí un increible rumor llega á nuestros oidos: que Heleno bijo de Priamo, reinaba en las ciudades Grayas: que gozaba el cetro y la esposa de Pirro hijo de Aquiles, y que de nuevo Andromaca se habia casado con otro Troyano.

Quedé pasmado: mi pecho se inflama del ardiente deseo de hablar á Heleno y saber sucesos tan extraordinarios, Me alejo del puerto dejando las naves y las riberas.

Dentro de un bosque que estaba enfrente de la ciudad y á las orillas de la corriente de un figurado Simois, Andromaca casualmente en ese momento ofrecia en sacrificio á las cenizas de su esposo un solemne festin y fúnebres presentes. Llamaba el alma de Héctor al túmulo, vacio sepulcro, monumento de sus lágrimas, levantado de verde césped entre dos altares que habia consagrado. Asi que me vio ir y ya de cerca conoció las armas Troyanas, fuera de si y aterrada con prodijio tan singular, quedose yerta mirándome; el calor de la vida la abandono. Cayo desvanecida y solo despues de largo tiempo pudo hablar. “¿Es tu rostro el que veo, hijo de una Diosa? Vives? ¿Eres un verdadero mensajero para mi? O, si la dulce luz os abandono Héctor donde está?" Diciendo asi, prorrumpe en llanto y en todo el bosque resuenan sus gritos. Confuso yo, apenas puedo responder á su delirio estas palabras con voz interrumpida: “Vivo en verdad, y arrastro