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LIBRO TERCERO

Los vientos hinchan las velas y vamos entre espumosas olas por donde el viento y el piloto nos llevaban.

Ya en medio de la mar aparece la selvosa Zacinto, Duliquio y Zamea y Neritos de altos riscos. Huimos de los peñascos de Itaca, Reinos de Laerte, y maldijimus la tierra que alimento al cruel Ulises. Y luego asoman las nebulosas cimas del monte Leucate, y el templo de Apolo temible á los navegantes. Fatigados ya, nos dirijimos alli, y llegamos á una pequeña ciudad. El ancla cayo de la proa y las naves quedaron fijas á la ribera.

Gozando ai fin de una tierra inesperada, hicimos sacrificios á Júpiter, cumplimos nuestros votos en los altares y celebramos la ribera de Action con juegos Troyanos.

Mis compañeros desoudos y unjidos sus miembros con aceite, se ejercitan en la lucha y en otros juegos patrios, contentos de haber escapado de tantas ciudades Griegas y de haber podido huir en medio de tantos enemigos.

Ya el sol habia llenado su grande revolucion de un año, y el helado invierno embravecia las ondas con los Aquilones. Fijé sobre las puertas del templo un escudo de cóncavo bronce que llevaba el grande Abantex y puse en él este verso: “Eneas quitó esta armadura á los Griegos victoriosos". Ordeno dejar el puerto y å los remeros tomar sus bancos. Mis compañeros rompen las aguasa porfia y corren por la mar. Al pronto perdemos de vista las elevadas torres de los Teaceanas: cos-