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LA ENEIDA

recha una copa de vino, la derrama entre los cuerpos de una blanca ternera, ó con lento paso marcha al rededor de las estátuas de los Dioses y de los altares cargados de Ofrendas; y vuelve á comenzar otro dia con los sacrificios, y fijos sus ojos en los abiertos pechos de las víctimas, interroga sus entrañas palpitantes. Ah! ivana ciencia de los aruspices! Qué le aprovechan templos ni plegarias contra la amorosa furia? Entre tanto una dulce llama roe hasta la médula de sus huesos, y la oculta llaga vive en el fondo de su pecho. Abrasase la infortunada Dido y en sus transportes anda perdida por toda la ciudad; tal como la cierva herida con la flecha que el cazador, sin advertirlo ella, le arrojó de lejos en los bosques de Creta, y sin cuidarse mas la dejó ir con el lijero dardo; clla corre errante en los montes y en las selvas Dicteas llevando en su costado siempre fija la mortal saeta. Unas veces pasea á Eneas consigo en medio del pueblo: osténtale las riquezas traidas de Sidon y la ciudad ya concluida: principia á hablarle y enmudece en medio de su discurso. Otras, al declinar el dia, le llama á nuevos banquetes, y en su delirio quiere otra vez oir las desgracias de Troya; y de nuevo queda suspendida de los lábios del héroe. Despues que se han separado, y cuando la luna encubierta oculta á la vez su luz, é invitan al sueño los astros que bajan, ella, sola, en su hogar de viuda, llora, y se reclina en el asiento que él ha dejado.

Ausente le vé; ausente le oye; estrecha á Ascanio con-