Página:La Eneida - Dalmacio Velez Sarsfield y Juan de la Cruz Varela.pdf/183

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
182
LA ENEIDA

ruegos. Pero él no se ablanda con ningunos llantos, ni él, duro, plegarias algunas escucha. Los destinos no lo permiten, y un Dios le cierra sus benignos oidos. Cual robusta encina de añoso tronco que los vientos de los Alpes luchan de una y otra parte por arrancar con sus violentos soplidos, y ella cruje, y su alta cima se sacude cubriendo hasta lėjos la tierra con sus hojas, pero queda inmóvil en las rocas, y cuanta es la copa que ha presentado á los etéreos vientos, otro tanto sus raices se dilatan en las rejiones del Tártaro; no de otro modo el héroe es combatido de todas partes con tenaces ruegos; los pesares asaltan su grande corazon; derrama estériles lágrimas; pero su alma persevera en su intento.

Entonces la infeliz Dido, aterrada de su destino, implora la muerte, se enfada al mirar la bóveda del cielo, y para que mas pronto terinine lo que ha pensado, y cese de existir, vé (¡horrible espectáculo!) que mientras ella ponia ofrendas en los altares, cubiertos con el humo de incienso, el agua consagrada se ennegrecia, y el vino al derramarle se convertia en podrida sangre. Ella sola lo vio y ni lo dijo á su misma hermana. Además, habia en el palacio un santuario de mármol dedicado á su antiguo esposo, al cual honraba con suma reverencia, adornándole con telas de lana blanca como la pieve, y con festivos ramos. Cuando la oscura noche cubria la tierra, le parecia oir alli los gemidos y la voz de Siqueo que la llamaba. En las bóvedas de su palacio el solitario