Gefe de ellos desde lo intimo de su pecho lanzó estas plegarias. ¡Apolo! que siempre te compadeciste de las grandes desgracias de Troya; que dirijiste contra Aquiles la saeta Troyana y la mano de Paris; pues que con tu amparo he recorrido[1] tantos países y tan dilatados mares, y casi todos los lejanos pueblos de los Macilianos, y aquellas rejiones que rodean las Sirtes, hasta que al fin hemos llegado á las costas de Italia que huia de nosotros, haz que hasta aqui no mas nos persiga la fortuna de Troya. Y vosotros tambien Dioses y Diosas, todos, que mirabais en llion y en la grande fama de la ciudad de Dardano un obstáculo á vuestro poder![2], ya es tiempo que perdoneis al pueblo de Pérgamo. ¡Y tú sacrosanta profetiza que conoces lo venidero! pues que yo busco un Imperio debido á mis destinos, concede á los Troyanos, á sus errantes Dioscs, y á sus perseguidos lares, asentarse en el Lacio! Entonces yo dedicaré á Febo y á Diana un templo de sólido mármol[3], é instituire fiestas con el nombre de Apolo. Tú tambien, ¡oh virgen! tendrás en mi Imperio augustos sagrarios. Yo depositarė en ellos tus oráculos y los misteriosos destinos que revelares á mi nacion, y te consagraré varones elejidos para ser los intérpretes. Pero suplico que tú misma, pronuncies tus oráculos y que no los escribas en hojas para que no vuelen desordenados al arbitrio de los rápidos vientos".
Acabó Eneas su súplica. Mas la sacerdotiza de Apolo