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LIBRO SEXTO

incapaz de resistir su influjo, se ajita despechada en la ancha cueva por si puede arrojar de su pecho al poderoso Dios; gero cuanto mas se empeña, mas él fatiga su rabiosa boca, doma su feroz corazon; la somete é imprime en ella su númen. Y de repente las cien grandes puertas de la cueva se abren por si, y estas palabras de la profetiza resuenan en los aires: "¡Oh tú que al fin has vencido los terribles peligros del mar! en tierra te esperan aún mayores. Los Troyanos llegarán al reino de Lavinio; de esto no tengas en tu pecho cuidado alguno; pero ellos querrian no haber llegado. Veo guerras, tremendas guerras, y al Tiber espumando inmensa sangre. No te faltarà el Simois y el Xanto, ni los reales de los Griegos. Otro Aquiles, como él, hijo de una Diosa, ha nacido ya en el Lacio. Juno, siempre implacable con los Troyanos, jamás se apartará de allí. Tú eu la miseria, á cuántos pueblos de la Italia, á cuántas ciudades no irás de rodillas á mendigar un auxilio? La causa de tantas desgracias será otra vez una esposa, otro matrimonio con una extranjera hospitalaria de los Teucros.

No te rindas á los trabajos; y cuando tu fortuna parezca abandonarte, búscala entonces con mas denuedo. El primer camino de salvacion te lo abrirá una ciudad Griega, lo que jamás esperarias".

Con tales palabras la Sibila de Cumas, mujiendo en su caverna, anunciaba desde el fondo de ella sus terribles misterios, envolviendo en tinieblas la verdad. Mien-