de los cuales si muchos individuos se libran es para caer en antisocial escepticismo, es eficacísimo remedio, sin desechar otros no menos eficaces, educar e instruir la generación naciente en los principios puramente humanistas y en el conocimiento positivo y racional de esta naturaleza de que forma parte.
Mujeres así educadas serán madres en el verdadero sentido natural y social, no transmisoras de supersticiones tradicionales, y enseñarán a sus hijos la integridad de la vida, la dignidad de la libertad, la solidaridad social, no el acatamiento a doctrinas aniquiladas y esterilizadas por agotamiento y la sumisión a jerarquías absolutamente ilegítimas.
Los hombres emancipados del misterio, del milagro, de la desconfianza de sí mismos y la de sus semejantes y en perfecta posesión del concepto de que han nacido, no para morir, según la nefasta síntesis del misticismo, sino para vivir, llegarán a facilitar las condiciones sociales para dar a la vida toda su amplísima extensión.
De este modo, conservando el recuerdo de otras generaciones y otros estados intelectuales como enseñanza y aun como escarmiento, cerraremos de una vez y para siempre el período religioso para entrar de modo definitivo en el puramente natural y racional.
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