a extrañas criaturas que leen incluso menos que las mujeres; además, desfallece platónicamente ante sultanas que dejan mucho que desear y que, a mi juicio, ante el delicado aspecto de un poeta, abren sus ojos tanto que asemejan animales despertando ante el sonido de un incendio. Aparte, ignoro el por qué de celebrar tanto los temas fúnebres y las descripciones anatómicas. Cuando se es joven, teniendo además un bello talento y todas las condiciones presumibles para la felicidad, me parece más natural regocijarse de la salud o del hombre honesto que ejercitarse en el anatema escuchando los murmullos de las osífragas.
He aquí lo que él le respondió:
–Señora, compadézcame, o mejor dicho, compadézcanos, ya que tengo muchos hermanos de mi clase; el odio a todos y a nosotros mismos nos ha conducido hacia esas mentiras. Es por la desesperanza de no poder ser nobles y bellos siguiendo los medios naturales, que nos