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L A F A N F A R L O

primera virtud teológica. Hay una amable filosofía que sabe encontrar consuelo en los objetos de apariencia más indigna. Así como la virtud vale más que la inocencia, y sembrar en el desierto tiene más méritos que libar con despreocupación un huerto fructuoso; del mismo modo es verdaderamente digno de un alma elevada purificarse y purificar a su prójimo con su simple contacto. Así como no hay traición que no se perdone, no hay falta de la que no se nos absuelva, ni olvido que no pueda sanarse; existe una ciencia de amar al prójimo y de hallarle digno de ser amado, así como existe un saber del buen vivir.

Cuanto más delicado sea un espíritu, más bellezas originales descubre; cuanto más tierna y abierta a la divina esperanza sea un alma, más motivos para amar a su prójimo, por más mancillado que éste se encuentre, el alma halla; esto es obra de la caridad, y se ha visto a más de una contrita viajera, perdida en los áridos desiertos de la desilusión,