–¿Pero qué bicho le picó, señor, para atacarme de tal manera? Qué horrible profesión…
–Horrible en efecto, señora… Es que la adoro.
–Me lo imaginaba –replicó la Fanfarlo–. Pero usted es un monstruo, esa táctica es abominable. ¡Pobres de nosotras las mujeres! –acotó riendo–. Flore, trae mi brazalete… Y usted deme el brazo hasta mi coche y dígame qué le pareció mi actuación de esta noche.
Caminaron así, tomados del brazo, como dos viejos amigos; Samuel la amaba, o al menos sentía a su corazón sacudirse fuertemente. Su comportamiento tal vez había sido singular, pero al menos esta vez, no había sido ridículo.
En medio de su regocijo, casi olvida avisar a Madame de Cosmelly de su éxito, y así llevar una esperanza a su hogar desierto.
Unos días después, la Fanfarlo interpretaba a Colombina en una vasta pantomima