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LIBRO I. 35 « Lejos de su pais, dentro mi alcázar, « La rugosa vejez tejiendo telas « La encontrará y mi lecho aderezando. « Vete ya; no mi cólera provoques, « Si volver salvo á tu ciudad deseas. » Dijo : temió el anciano , y obediente A su voz, se volvió sin replicarle Del estruendoso mar por la ribera; Pero, alejado ya de los Aqueos, Mientras andaba, en doloridas voces Pidió venganza al hijo de Latona. «Escúchame, decía, pues armado « Con el arco de plata ha defendido « Siempre tu brazo á la región de Crisa « Y á la ciudad de Cila populosa , « Y de Ténedos mimen poderoso « Eres , ó Esmintio ! Si en mejores días « Erigí á tu deidad hermoso templo; « Si alguna vez de cabras y de toros « Quemé sabrosas piernas en tus aras, « Otórgame este don : Paguen los Dánaos « Mis lágrimas, heridos por tus flechas. » Así el anciano en su plegaria dijo. Oyóle Febo ; y de las altas cumbres Del Olimpo bajó , inflamado en ira El corazon. Pendian de sus hombros Arco y cerrada aljaba; y al moverse, En hórrido ruido retemblando, Sobre la espalda del airado numen Resonaban las flechas; pero él iba Semejante á la noche. Cuando estaba Cerca ya de las naves , se detuvo , Lanzó una flecha, y en chasquido horrendo