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LA ILÍADA

397 El padre Júpiter, apenas las vió desde el Ida, se encendió en cólera; y al punto llamó á Iris, la de doradas alas, para que le sirviese de mensajera:

399 «¡Anda, ve, rápida Iris! Haz que se vuelvan y no les dejes llegar á mi presencia, porque ningún beneficio les reportará luchar conmigo. Lo que voy á decir, se cumplirá: Encojaréles los briosos corceles; las derribaré del carro, que romperé luego, y ni en diez años cumplidos sanarán de las heridas que les produzca el rayo, para que conozca la de los brillantes ojos que es con su padre contra quien combate. Con Juno no me irrito ni me encolerizo tanto, porque siempre ha solido oponerse á mis proyectos.»

409 De tal modo habló. Iris, la de los pies rápidos como el huracán, se levantó para llevar el mensaje; descendió de los montes ideos; y alcanzando á las diosas en la entrada del Olimpo, en valles abundoso, hizo que se detuviesen, y les transmitió la orden de Júpiter:

413 «¿Adónde corréis? ¿Por qué en vuestro pecho el corazón se enfurece? No consiente el Saturnio que se socorra á los argivos. Ved aquí lo que hará el hijo de Saturno, si cumple su amenaza: Os encojará los briosos caballos, os derribará del carro, que romperá luego, y ni en diez años cumplidos sanaréis de las heridas que os produzca el rayo; para que conozcas tú, la de los brillantes ojos, que es con tu padre contra quien combates. Con Juno no se irrita ni se encoleriza tanto, porque siempre ha solido oponerse á sus proyectos. Pero tú, temeraria, perra desvergonzada, si realmente te atrevieras á levantar contra Júpiter la formidable lanza...»

425 Cuando esto hubo dicho, fuése Iris, la de los pies ligeros; y Juno dirigió á Minerva estas palabras:

427 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter, que lleva la égida! Ya no permito que por los mortales peleemos con Jove. Mueran unos y vivan otros, cualesquiera que fueren; y aquél sea juez, como le corresponde, y dé á los teucros y á los dánaos lo que su espíritu acuerde.»

432 Esto dicho, torció la rienda á los solípedos caballos. Las Horas desuncieron los corceles de hermosas crines, los ataron á los pesebres divinos y apoyaron el carro en el reluciente muro. Y las diosas, que tenían el corazón afligido, se sentaron en áureos tronos entre las demás deidades.

438 El padre Jove, subiendo al carro de hermosas ruedas, guió los caballos desde el Ida al Olimpo y llegó á la mansión de los dioses; y allí el ínclito Neptuno, que sacude la tierra, desunció los corceles,