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CANTO NOVENO

crateras, distribuyeron el vino á todos los presentes después de haber ofrecido en copas las primicias. Luego que lo libaron y cada cual bebió cuanto quiso, salieron de la tienda de Agamenón Atrida. Y Néstor, caballero gerenio, fijando sucesivamente los ojos en cada uno de los elegidos, les recomendaba, y de un modo especial á Ulises, que procuraran persuadir al eximio Pelida.

182 Fuéronse éstos por la orilla del estruendoso mar y dirigían muchos ruegos á Neptuno, que ciñe la tierra, para que les resultara fácil llevar la persuasión al altivo espíritu del Eácida. Cuando hubieron llegado á las tiendas y naves de los mirmidones, hallaron al héroe deleitándose con una hermosa lira labrada, de argénteo puente, que cogiera de entre los despojos cuando destruyó la ciudad de Eetión; con ella recreaba su ánimo, cantando hazañas de los hombres. Enfrente, Patroclo, solo y callado, esperaba que el Eácida acabase de cantar. Entraron aquéllos, precedidos por Ulises, y se detuvieron delante del héroe; Aquiles, atónito, se alzó del asiento sin dejar la lira, y Patroclo al verlos se levantó también. Aquiles, el de los pies ligeros, tendióles la mano y dijo:

197 «¡Salud, amigos que llegáis! Grande debe de ser la necesidad cuando venís vosotros, que sois para mí, aunque esté irritado, los más queridos de los aqueos todos.»

199 En diciendo esto, el divino Aquiles les hizo sentar en sillas provistas de purpúreos tapetes, y habló á Patroclo que estaba cerca de él:

202 «¡Hijo de Menetio! Saca la cratera mayor, llénala del vino más añejo y distribuye copas; pues están bajo mi techo los hombres que me son más caros.»

205 Así dijo, y Patroclo obedeció al compañero amado. En un tajón que acercó á la lumbre, puso los lomos de una oveja y de una pingüe cabra y la grasa espalda de un suculento jabalí. Automedonte sujetaba la carne; Aquiles, después de cortarla y dividirla, la clavaba en asadores; y el hijo de Menetio, varón igual á un dios, encendía un gran fuego; y luego, quemada la leña y muerta la llama, extendió las brasas, colocó encima los asadores asegurándolos con piedras y sazonó la carne con la divina sal. Cuando aquélla estuvo asada y servida en la mesa, Patroclo repartió pan en hermosas canastillas; y Aquiles distribuyó la carne, sentóse frente al divino Ulises, de espaldas á la pared, y ordenó á su amigo que hiciera la ofrenda á los dioses. Patroclo echó las primicias al fuego. Alargaron la diestra á los manjares que tenían delante, y cuando hubieron satisfecho