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LA ILÍADA

el deseo de comer y de beber, Ayax hizo una seña á Fénix; y Ulises, al advertirlo, llenó su copa y brindó á Aquiles:

225 «¡Salve, Aquiles! De igual festín hemos disfrutado en la tienda del Atrida Agamenón que ahora aquí, donde podríamos comer muchos y agradables manjares; pero los placeres del delicioso banquete no nos halagan porque tememos, oh alumno de Júpiter, que nos suceda una gran desgracia: dudamos si nos será dado salvar ó perder las naves de muchos bancos, si tú no te revistes de valor. Los orgullosos troyanos y sus auxiliares venidos de lejas tierras, acampan junto al muro y dicen que, como no podremos resistirles, asaltarán las negras naves; el Saturnio Jove relampaguea haciéndoles favorables señales, y Héctor, envanecido por su bravura y confiando en Júpiter, se muestra furioso, no respeta á hombres ni á dioses, está poseído de cruel rabia, y pide que aparezca pronto la divina Aurora, asegurando que ha de cortar nuestras elevadas popas, quemar las naves con ardiente fuego, y matar cerca de ellas á los aqueos aturdidos por el humo. Mucho teme mi alma que los dioses cumplan sus amenazas y el destino haya dispuesto que muramos en Troya, lejos de la Argólide, criadora de caballos. Ea, levántate si deseas, aunque tarde, salvar á los aqueos, que están acosados por los teucros. Á ti mismo te ha de pesar si no lo haces, y no puede repararse el mal una vez causado; piensa, pues, cómo librarás á los dánaos de tan funesto día. Amigo, tu padre Peleo te daba estos consejos el día en que desde Ptía te envió á Agamenón: ¡Hijo mío! La fortaleza, Minerva y Juno te la darán si quieren; tú refrena en el pecho el natural fogoso—la benevolencia es preferible—y abstente de perniciosas disputas para que seas más honrado por los argivos viejos y mozos. Así te amonestaba el anciano y tú lo olvidas. Cede ya y depón la funesta cólera; pues Agamenón te ofrece dignos presentes si renuncias á ella. Y si quieres, oye y te referiré cuanto Agamenón dijo en su tienda que te daría: Siete trípodes no puestos aún al fuego, diez talentos de oro, veinte calderas relucientes y doce corceles robustos, premiados, que alcanzaron la victoria en la carrera. No sería pobre ni carecería de precioso oro quien tuviera los premios que estos caballos de Agamenón con sus pies lograron. Te dará también siete mujeres lesbias, hábiles en hacer primorosas labores, que él mismo escogió cuando tomaste la bien construída Lesbos y que en hermosura á las demás aventajaban. Con ellas te entregará la hija de Brises, que te ha quitado, y jurará solemnemente que jamás subió á su lecho ni yació con la misma, como es costumbre, oh