pie, los apartaba del camino, para que luego los corceles de hermosas crines pudieran pasar fácilmente y no se asustasen de pisar cadáveres, á lo cual no estaban acostumbrados. Llegó el hijo de Tideo adonde yacía el rey, y fué éste el décimotercio á quien privó de la dulce vida, mientras daba un suspiro; pues en aquella noche el hijo de Eneo aparecíase en desagradable ensueño á Reso, por orden de Minerva. Durante este tiempo, el paciente Ulises desató los solípedos caballos, los ligó á entrambos con las riendas y los sacó del ejército aguijándolos con el arco, porque se le olvidó tomar el magnífico látigo que había en el labrado carro. Y en seguida silbó, haciendo seña al divino Diomedes.
503 Mas éste, quedándose aún, pensaba qué podría hacer que fuese muy arriesgado: si se llevaría el carro con las labradas armas, ya tirando del timón, ya levantándolo en alto; ó quitaría la vida á más tracios. En tanto que revolvía tales pensamientos en su espíritu, presentóse Minerva y habló así al divino Diomedes:
509 «Piensa ya en volver á las cóncavas naves, hijo del magnánimo Tideo. No sea que hayas de llegar huyendo, si algún otro dios despierta á los teucros.»
512 Así habló. Diomedes, conociendo la voz de la diosa, montó sin dilación á caballo; Ulises subió al suyo, aguijóles con el arco y ambos volaron hacia las veleras naves aqueas.
515 Apolo, que lleva arco de plata, estaba en acecho desde que advirtió que Minerva acompañaba al hijo de Tideo; é indignado contra ella, entróse por el ejército de los teucros y despertó á Hipocoonte, valeroso caudillo tracio y sobrino de Reso. Como Hipocoonte, recordando del sueño, viera vacío el lugar que ocupaban los caballos y á los hombres horriblemente heridos y palpitantes todavía, comenzó á lamentarse y á llamar por su nombre al querido compañero. Y pronto se promovió gran clamoreo é inmenso tumulto entre los teucros, que acudían en tropel y admiraban la peligrosa aventura á que unos hombres habían dado cima, regresando luego á las cóncavas naves.
526 Cuando ambos héroes llegaron al sitio en que mataran al espía de Héctor, Ulises, caro á Júpiter, detuvo los veloces caballos; y el Tidida, apeándose, tomó los cruentos despojos que puso en las manos de su amigo, volvió á montar y picó á los corceles. Éstos volaron gozosos hacia las cóncavas naves, pues á ellas deseaban llegar. Néstor fué el primero que oyó las pisadas de los caballos, y dijo:
533 «¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! ¿Me engañaré