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LA ILÍADA

ó será verdad lo que voy á decir? El corazón me ordena hablar. Oigo pisadas de caballos de pies ligeros. Ojalá Ulises y el fuerte Diomedes trajeran del campo troyano solípedos corceles; pero mucho temo que á los más valientes argivos les haya ocurrido algún percance en el ejército teucro.»

540 Aún no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando aquéllos llegaron y echaron pie á tierra. Todos los saludaban alegremente con la diestra y con afectuosas palabras. Y Néstor, caballero gerenio, les preguntó el primero:

544 «¡Ea, dime, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! ¿Cómo hubisteis estos caballos: penetrando en el ejército teucro, ó recibiéndolos de un dios que os salió al camino? Muy semejantes son á los rayos del sol. Siempre entro por las filas de los teucros, pues aunque anciano no me quedo en las naves, y jamás he visto ni advertido tales corceles. Supongo que los habréis recibido de algún dios que os salió al encuentro, pues á entrambos os aman Júpiter, que amontona las nubes, y su hija Minerva, la de los brillantes ojos.»

554 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Fácil le sería á un dios, si quisiera, dar caballos mejores aún que éstos, pues su poder es muy grande. Los corceles por los que preguntas, anciano, llegaron recientemente y son tracios: el valiente Diomedes mató al dueño y á doce de sus compañeros, todos aventajados. Y cerca de las naves dimos muerte al décimotercio, que era un espía enviado por Héctor y otros teucros ilustres á explorar este campamento.»

564 De este modo habló; y muy ufano, hizo que los solípedos caballos pasaran el foso, y los aqueos siguiéronle alborozados. Cuando estuvieron en la hermosa tienda del Tidida, ataron los corceles con bien cortadas correas al pesebre, donde los caballos de Diomedes comían el trigo dulce como la miel. Ulises dejó en la popa de su nave los cruentos despojos de Dolón, para guardarlos hasta que ofrecieran un sacrificio á Minerva. Los dos héroes entraron en el mar y se lavaron el abundante sudor de sus piernas, cuello y muslos. Cuando las olas les hubieron limpiado el sudor del cuerpo y recreado el corazón, metiéronse en pulimentadas pilas y se bañaron. Lavados ya y ungidos con craso aceite, sentáronse á la mesa; y sacando de una cratera vino dulce como la miel, en honor de Minerva lo libaron.