ligero y se cubría con el liso escudo. Meriones arrojóle una reluciente lanza, y no erró el tiro: acertó á dar en la rodela hecha de pieles de toro, sin conseguir atravesarla, porque aquélla se rompió en la unión del asta con el hierro. Deífobo apartó de sí el escudo, temiendo la lanza del aguerrido Meriones; y este héroe retrocedió al grupo de sus amigos, muy disgustado, así por la victoria perdida, como por la rotura del arma, y luego se encaminó á las tiendas y naves aqueas para tomar otra de las que en su bajel tenía.
169 Los demás batallaban, y una vocería inmensa se dejaba oir. Teucro Telamonio fué el primero que mató á un hombre, al belígero Imbrio, hijo de Méntor, rico en caballos. Antes de llegar los aquivos, Imbrio moraba en Pedeo con su esposa Medesicasta, hija bastarda de Príamo; mas cuando las corvas naves de los dánaos aportaron en Ilión, volvió á la ciudad, descolló entre los teucros y vivió en el palacio de Príamo, que le honraba como á sus propios hijos. Entonces el hijo de Telamón hirióle debajo de la oreja con la gran lanza, que retiró en seguida; y el guerrero cayó como el fresno nacido en una cumbre que desde lejos se divisa, cuando es cortado por el bronce y vienen al suelo sus tiernas hojas. Así cayó Imbrio, y sus armas, de labrado bronce, resonaron. Teucro acudió corriendo, movido por el deseo de quitarle la armadura; pero Héctor le tiró una reluciente lanza; viólo aquél y hurtó el cuerpo, y la broncínea punta se clavó en el pecho de Anfímaco, hijo de Ctéato Actorión, que acababa de entrar en combate. El guerrero cayó con estrépito, y sus armas resonaron. Héctor fué presuroso á quitarle al magnánimo Anfímaco el casco que llevaba adaptado á las sienes; Ayax levantó, á su vez, la reluciente lanza contra Héctor, y si bien no pudo hacerla llegar á su cuerpo, protegido todo por horrendo bronce, dióle un bote en medio del escudo, y rechazó al héroe con gran ímpetu; éste dejó los cadáveres y los aqueos los retiraron. Estiquio y el divino Menesteo, caudillos atenienses, llevaron á Anfímaco al campamento aqueo; y los dos Ayaces, que siempre anhelaban la impetuosa pelea, levantaron el cadáver de Imbrio. Como dos leones que, habiendo arrebatado una cabra de los agudos dientes de los perros, la llevan en la boca por los espesos matorrales, en alto, levantada de la tierra; así los belicosos Ayaces, alzando el cuerpo de Imbrio, lo despojaron de las armas; y el hijo de Oileo, irritado por la muerte de Anfímaco, le separó la cabeza del tierno cuello y la hizo rodar por entre la turba, cual si fuese una bola, hasta que cayó en el polvo á los pies de Héctor.