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LA ILÍADA

ra, destreza y talento entre todas las de su edad, y á causa de esto casó con ella el hombre más ilustre de la vasta Troya): el dios ofuscóle los brillantes ojos y paralizó sus hermosos miembros, y el héroe no pudo huir ni evitar la acometida de Idomeneo, que le envasó la lanza en medio del pecho, mientras estaba inmóvil como una columna ó un árbol de alta copa, y le rompió la coraza que siempre le había salvado de la muerte, y entonces produjo un sonido ronco al quebrarse por el golpe de la lanza. El guerrero cayó con estrépito; y como la lanza se había clavado en el corazón, movíanla las palpitaciones de éste; pero pronto el arma impetuosa perdió su fuerza. É Idomeneo con gran jactancia y á voz en grito exclamó:

446 «¡Deífobo! Ya que tanto te glorías, ¿no te parece que es una buena compensación haber muerto á tres, por uno que perdimos? Ven, hombre admirable, ponte delante y verás quién es el descendiente de Júpiter que aquí ha venido; porque Jove engendró á Minos, protector de Creta, Minos fué padre del eximio Deucalión, y de éste nací yo, que reino sobre muchos hombres en la vasta Creta y vine en las naves para ser una plaga para ti, para tu padre y para los demás teucros.»

455 Así se expresó; y Deífobo vacilaba entre retroceder para que se le juntara alguno de los magnánimos teucros ó atacar él solo á Idomeneo. Parecióle lo mejor ir en busca de Eneas, y le halló entre los últimos; pues siempre estaba irritado con el divino Príamo, que no le honraba como por su bravura merecía. Y deteniéndose á su lado, le dijo estas aladas palabras:

463 «¡Eneas, príncipe de los teucros! Es preciso que defiendas á tu cuñado, si te tomas algún interés por los parientes. Sígueme y vayamos á combatir por tu cuñado Alcátoo, que te crió cuando eras niño y ha muerto á manos de Idomeneo, famoso por su lanza.»

468 Tal fué lo que dijo. Eneas sintió que en el pecho se le conmovía el corazón, y llegóse hacia Idomeneo con grandes deseos de pelear. Éste no se dejó vencer del temor, cual si fuera un niño; sino que le aguardó como el jabalí que, confiando en su fuerza, espera en un paraje desierto del monte el gran tropel de hombres que se avecina, y con las cerdas del lomo erizadas y los ojos brillantes como ascuas, aguza los dientes y se dispone á rechazar la acometida de perros y cazadores: de igual manera Idomeneo, famoso por su lanza, aguardaba sin arredrarse á Eneas, ágil en la lucha, que le salía al encuentro; pero llamaba á sus compañeros, poniendo los ojos en Ascálafo, Afareo, Deípiro, Meriones y Antíloco,