tientes delanteros á Deífobo, al robusto rey Heleno, á Adamante Asíada, y á Asio, hijo de Hirtaco; pero no los halló ilesos ni á todos salvados de la muerte: los unos yacían, muertos por los argivos, junto á las naves aqueas; y los demás, heridos, quien de cerca, quien de lejos, estaban dentro de los muros de la ciudad. Pronto se encontró, en la izquierda de la batalla luctuosa, con el divino Alejandro, esposo de Helena, la de hermosa cabellera, que animaba á sus compañeros y les incitaba á pelear; y deteniéndose á su lado, díjole estas injuriosas palabras:
769 «¡Miserable Paris, el de más hermosa figura, mujeriego, seductor! ¿Dónde están Deífobo, el robusto rey Heleno, Adamante Asíada y Asio, hijo de Hirtaco? ¿Qué es de Otrioneo? Hoy la excelsa Ilión se arruina desde la cumbre, y horrible muerte te aguarda.»
774 Respondióle el deiforme Paris: «¡Héctor! Ya que tienes intención de culparme sin motivo, quizás otras veces fuí más remiso en la batalla, aunque no del todo pusilánime me dió á luz mi madre. Desde que al frente de los compañeros promoviste el combate junto á las naves, peleamos sin cesar contra los dánaos. Los amigos por quienes preguntas han muerto, menos Deífobo y el robusto rey Heleno; los cuales, heridos en el brazo por ingentes lanzas, se fueron, y el Saturnio les salvó la vida. Llévanos adonde el corazón y el ánimo te ordenen; te seguiremos presurosos, y no dejaremos de mostrar todo el valor compatible con nuestras fuerzas. Más allá de lo que éstas permiten, nada es posible hacer en la guerra, por enardecido que uno esté.»
788 Así diciendo, cambió el héroe la mente de su hermano. Enderezaron al sitio donde era más ardiente el combate y la pelea; allí estaban Cebrión, el eximio Polidamante, Falces, Orteo, Polifetes igual á un dios, Palmis, Ascanio y Moris, hijos los dos últimos de Hipotión; todos los cuales habían llegado el día anterior de la fértil Ascania, y entonces Jove les impulsó á combatir. Á la manera que un torbellino de vientos impetuosos desciende á la llanura, acompañado del trueno de Júpiter, y al caer en el mar con ruido inmenso levanta grandes y espumosas olas que se van sucediendo; así los teucros seguían en filas cerradas á los jefes, y el bronce de las armas relucía. Iba á su frente Héctor Priámida, cual si fuese Marte, funesto á los mortales: llevaba por delante un escudo liso, formado por muchas pieles de buey y una gruesa lámina de bronce, y el refulgente casco temblaba en sus sienes. Movíase Héctor, defendiéndose con la rodela, y probaba por todas partes si las falanges cedían; pero no lo-