gró turbar el ánimo en el pecho de los aqueos. Entonces Ayax adelantóse con ligero paso y provocóle con estas palabras:
810 «¡Varón admirable! ¡Acércate! ¿Por qué quieres amedrentar de este modo á los argivos? No somos inexpertos en la guerra, sino que los aqueos sucumben bajo el cruel azote de Júpiter. Tú esperas quemar las naves, pero nosotros tenemos los brazos prontos para defenderlas; y mucho antes que lo consigas, vuestra populosa ciudad será tomada y destruída por nuestras manos. Yo te aseguro que está cerca el momento en que tú mismo, puesto en fuga, pedirás al padre Júpiter y á los demás inmortales que tus corceles sean más veloces que los gavilanes; y los caballos te llevarán á la ciudad, levantando gran polvareda en la llanura.
821 Así que acabó de hablar, pasó por cima de ellos, hacia la derecha, un águila de alto vuelo; y los aquivos gritaron, animados por el agüero. El esclarecido Héctor respondió:
824 «Ayax lenguaz y fanfarrón, ¿qué dijiste? Así fuera yo hijo de Júpiter, que lleva la égida, y me hubiese dado á luz la venerable Juno y gozara de los mismos honores que Minerva ó Apolo, como este día será funesto para todos los argivos. Tú también morirás si tienes la osadía de aguardar mi larga pica: ésta te desgarrará el delicado cuerpo; y tú, cayendo junto á las naves aqueas, saciarás de carne y grasa á los perros y aves de la comarca troyana.»
833 En diciendo esto, pasó adelante; los otros capitanes le siguieron con vocerío inmenso; y detrás las tropas gritaban también. Los argivos movían por su parte gran alboroto y, sin olvidarse de su valor, aguardaban la acometida de los más valientes teucros. Y el estruendo que producían ambos ejércitos llegaba al éter y á la morada resplandeciente de Jove.