352 En diciendo esto, azotó con el látigo el lomo de los caballos; y mientras atravesaba las filas, animaba á los teucros. Éstos, dando amenazadores gritos, guiaban los corceles de los carros con fragor inmenso; y Febo Apolo, que iba delante, holló con sus pies las orillas del foso profundo, echó la tierra dentro y formó un camino largo y tan ancho como la distancia que media entre el hombre que arroja una lanza para probar su fuerza y el sitio donde la misma cae. Por allí se extendieron en buen orden; y Apolo, que con la égida preciosa iba á su frente, derribaba el muro de los aqueos, con la misma facilidad con que un niño, jugando en la playa, desbarata con los pies y las manos lo que de arena había construído. Así tú, flechador Febo, destruías la obra que había costado á los aquivos muchos trabajos y fatigas, y á ellos los ponías en fuga.
367 Los aqueos no pararon hasta las naves, y allí se animaban unos á otros, y con los brazos alzados, profiriendo grandes voces, imploraban el auxilio de las deidades. Y especialmente Néstor gerenio, protector de los aqueos, oraba levantando las manos al estrellado cielo:
372 «¡Padre Júpiter! Si alguien en Argos, abundante en trigales, quemó en tu obsequio pingües muslos de buey ó de oveja, y te pidió que lograra volver á su patria, y tú se lo prometiste asintiendo; acuérdate de ello, Júpiter Olímpico, aparta de nosotros el día funesto, y no permitas que los aquivos sucumban á manos de los teucros.»
377 Tal fué su plegaria. El próvido Júpiter atendió las preces del anciano Nelida, y tronó fuertemente.
379 Los teucros, al oir el trueno de Júpiter, que lleva la égida, arremetieron con más furia á los argivos, y sólo en combatir pensaron. Como las olas del vasto mar salvan el costado de una nave y caen sobre ella, cuando el viento arrecia y las levanta á gran altura; así los teucros pasaron el muro, é introduciendo los carros, peleaban junto á las popas con lanzas de doble filo; mientras los aqueos, subidos en las negras naves, se defendían con pértigas largas, fuertes, de punta de bronce, que para los combates navales llevaban en aquéllas.
390 En cuanto aquivos y teucros combatieron cerca del muro, lejos de las veleras naves, Patroclo permaneció en la tienda del bravo Eurípilo, entreteniéndole con la conversación y curándole la grave herida con drogas que mitigaran los acerbos dolores. Mas, al ver que los teucros asaltaban con ímpetu el muro y se producía clamoreo y